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Armando Morales, enfermo imaginario e incurable

“Es muy difícil no ser titiritero, porque cuando tienes un títere en la mano y lo construyes, ese virus no tiene antídoto. Cuando tengas la enfermedad del títere morirás con él.”

Armando Morales


Armando nace el 14 de septiembre de 1940 en la Habana, Cuba. Siendo joven se gradúa

en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad. Se interesa por el teatro de actores e ingresa

en horario nocturno a la Academia de Arte Dramático. Entre tanto, los hermanos Carucha

y Pepe Camejo, solicitan sus servicios de construcción de títeres para una obra, pero al ver

su deseo de estudiar teatro, no dudan en invitarlo, a sus 21 años, a formar parte activa e

integral de ese singular grupo de titiriteros que conforman el veterano Teatro Nacional de

Guiñol.


Junto a sus admirados y reconocidos maestros, fue partícipe de producciones de esa

cofradía como: “El mago de oz,” “La corte del faraón”, “El retablo de maese Pedro,” o “El

globito manual”.


Se gana así el aprecio en un espacio sobresaliente hasta ocupar un lugar importante, no

solo con el repertorio infantil colectivo de la compañía, sino además con espectáculos

unipersonales, pero también llega a ser destacado director con reconocidos creadores de

la escena cubana e internacional. Dirigió producciones escénicas de la dramaturgia para

títeres de Pepe Carril, René Fernández, Fredy Artiles, Javier Villafañe, Roberto Espina, o de

otros dramaturgos teatrales como García Lorca, Lope de Vega, Jacques Prevert y Alfred

Jarry.



En ausencia de sus maestros fue director del Teatro Nacional de Guiñol. Fue miembro de

la Unión de Escritores de Cuba, del Comité de Expertos de las Artes Escénicas, y del

Comité Cubano de la Unión Internacional de la Marioneta (UNIMA) y su trashumancia

individual o festivalera se extendió por varios países de Europa y América Latina.

Impartió, como pedagogo del teatro de títeres, cursos y talleres en distintos lugares del

mundo, dejando una buena tanda de textos publicados de carácter teórico en torno al

oficio titiritero como “El títere: el súper actor,” “Títeres: el arte en movimiento”,

“Maravillas del retablo,” “Teatro Mambí para niños,” “Titerias”.


Armando como artista plástico, en la primera década de la revolución en Cuba y alejado

de la ortodoxia titeril, muy pronto comprendió que el teatro de muñecos no se podía

casar y serle fiel a una sola forma, por ello, supo romper con la tradición instituida del

teatro de títeres de guante, entendiendo la amplia y diversa riqueza formal de las

modalidades del títere.


De igual manera, enfatizaba acerca de la esencia del oficio: “El titiritero es un actor

especializado”. O citando con vigoroso entusiasmo a Bertolt Brecht: “El teatro de títeres y

el títere, por encima de todo tiene que ser teatro, después de esto, puede ser cualquier

otra cosa.”


O para entender la diferencia mágica, transgresora y anti naturalista del muñeco con el

actor, expresa: “El actor oye, el actor habla. El actor biológicamente tiene todos los

sentidos de la vida por naturalidad. El títere es una mentira y el títere no ve, es un

instrumento, pero el movimiento hace que oiga, que atienda, hasta que reflexione lo que

oye, procese ese pensamiento y lo exprese. Es decir que, el títere es la mentira hecha

verdad”


Sus profundas palabras de titiritero han quedado resonando en el aire que le inspiró su

libre pensar y trasegar. Armando, luego de vivir contagiado de títere, muere a los 78 años

en la Habana el 1° de febrero del año 2019, amando como muchos demiurgos y

perecederos Gepettos, a los inmortales muñecos quienes, al morir su creador, solo les

resta decir sus hermosas y sentenciosas palabras: “¿Qué hacen los títeres? Vivir con los

humanos que es bastante difícil”.


Iván Darío Álvarez Escobar

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