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Bamboleo tras bambalinas con los títeres

Remontémonos al año 1991, año de la celebración del decimoquinto aniversario de la Libélula Dorada. En ese entonces, la Libélula viajaría a Manizales, viaje del que se desprende esta conversación, que nos cuenta historias del origen de la Libélula Dorada, de las experiencias y lugares que ayudaron a crearla, de cuentos, literatura, y títeres.

 


Hugo Chaparro Valderrama


Cuando César e Iván Darío Álvarez han decidido empacar sus muñecos para venir a Manizales, lo han hecho con el espíritu y el rigor con que se prepara un niño para partir a un viaje Lúdico. Por ello sus presentaciones en el Festival Internacional de Teatro son recordados por la lucidez creativa que le han dado a cada uno de sus trabajos en 15 años de existencia. Hugo Chaparro Valderrama ha fabricado, en su particular laboratorio, las imágenes de este aniversario.


Pardiez ¡Que el grupo La Libélula Dorada y su troupe de títeres cumplen este año quince de montajes, funciones, giras, es decir, quince años de guiños al guiñol y a otros artes titiritescos, es – por supuesto – un aniversario para celebrar.


Así pues, y en trance de entrevista transformada en narración, Iván Darío y César Álvarez, miembros fundadores y artífices del grupo La Libélula Dorada, confesaron las deudas a sus padres de otros campos, refiriendo qué tomaron de ellos para su propio trabajo. Una historia que, en últimas, dice así – o dicen así, ellos dos, espíritus lúdicos.


El tesoro de la juventud


“Una de las fuentes que nos ha permitido recrear nuestras obras”, inicia Iván Darío o Portos en cuyo rostro se parodia un mosquetero -, “ha sido fundamentalmente la literatura. Cuando era niño, disfrute de la biblioteca maravillosa de un hermano que se caracterizaba por tener los libros de Dumas, de Salgari, de piratas, de Mark Twain, Stevenson, casi todo Verne, y un mundo literario de aventuras que me permitía perder la noción del tiempo en su lectura. Por ejemplo, de Julio Verne devoré casi toda su obra, sintiéndome muy identificado con los personajes de Dos años de vacaciones en los que veía la posibilidad de encarnarme gracias a un sueño que se hacía posible por la imaginación. También recuerdo el Capitán Nemo, alguien mítico dentro de la literatura, quien encarna el sueño de un hombre capaz de crear su propio mundo dentro de un submarino. Y un personaje como el Capitán Nemo, que coloca el mar como su metáfora de la libertad, para mí es un mito del que me he nutrido, ya que él estuvo muy emparentado con la tradición libertaria del siglo XIX, con un ácrata como Eliseo Reclus, con Kropotkin, con ciertos personajes y ciertas claves que fueron para mi secretas”.


Verne y la aventura, Verne y su escritura que permite viajar por la habitación en la que sucede la lectura, os lleva con Portos – o Iván Darío, lector infantil de Dumas – al pirata Sandokan, a Karl May, al Último mohicano -, a los números de una revista infantil recordada por César, la revista Peneca editada por Zig – Zag, un comic en blanco y negro, según memoria de los titiriteros, con dibujos muy naturalistas. “Una revista”; continúa Portos. “Que traía las aventuras de Pimpinela Escarlata, aventuras de literatura fantástica, de perros heroicos, lecturas que luego, en la adolescencia, fueron desplazadas por otras lecturas como Dostoiesvsky y sus Hermanos Karamasov y su literatura inquietante ya que me cuestionaba no como los personajes ideales o míticos de Verne, como un Capitán Nemo que no se veía en la vida común y silvestre. La familia de los Karamasov, su padre alcohólico y mujeriego, el personaje de Liosha, sacerdote y hermano menor de los Karamasov, totalmente inocente frente al mundo, rodeado por el padre y los hermanos, por ese ser tan atormentado como Iván y sus crisis teológicas, pertenecían a un mundo más cotidiano y más cercano al entorno en el que me movía. Un mundo psicológico que tenía que ver con los abismos interiores de su lector. Así que tanto con Dostoiesvsky como con Dumas y Verne, tengo contraída una deuda no saldada: releerlos”.


La vuelta al mundo: de Verne al teatro


“Empezamos a asistir al teatro del Parque Nacional”, afirma, memorioso, Portos. “Veíamos obras que se podían traducir de acuerdo a las circunstancias que estábamos viviendo ya que en el colegio donde yo estudiaba, había una agitación muy grande de parte de los profesores. Era la época del estatuto docente y había mucha ideologización de parte de ellos, que trataban – y lograban – influir en uno. Recuerdo un profesor que nos dictaba religión y era un ateo radical, que nos motivó, junto con el profesor de literatura, a que creáramos un consejo estudiantil que servía, de cierta forma, como apoyo a sus huelgas. Un colegio donde se daba un marxismo leninismo bastante ortodoxo que se burlaba de Sartre o de Bertrand Russell ya que estaban proscritos – aunque Russel, a mi modo de ver, fue más anarquista que muchos aunque nunca lo confesó. Jamás se matriculó en ninguna escuela de pensamiento pero era un socialista de corazón que no deseaba hipotecar su libertad a ninguna organización”.


“Así que vino la época del Parque Nacional y de obras como La ciudad Dorada de la Candelaria. No sé hasta qué punto nos identificábamos con esta clase de teatro. El hecho era que uno podía sentirse omnipotente al pensar que la revolución estaba a la vuelta de la esquina: un teatro que caricaturizaba la realidad, prometía un porvenir delicioso y paradisiaco, y enardecía”.


“También en ese momento participamos en un taller que dictó el Acto Latino, un grupo del que también eran miembros el Son, el Signo, el Biombo, el Muro, todos ellos latinos y el entusiasmo por el teatro, por sus tendencias y técnicas, nos permite otras lecturas como Brecht, Grotowsky, Stanilasvky, y descubrimos que el panorama teatral era algo mucho más complejo de lo que conocíamos hasta el momento. En el TPB vemos Las Sillas de Ionesco, Vida, Muerte y Ejecución de una gallina, Toma tu lanza Sirtana, etc”.


Entonces Iván Darío se marcha del país a vivir a España, arrastrado por el circo de los Chavales de Ben-posta. Portos lee allí- ¡Pardiez! Juan Salvador Gaviota – un castizo pelota según Iván Darío, mezclando algo de Neruda y Nietzsche, recordando no sin poco asombro que en el barco en tránsito hacia España, conoció a un venezolano que le aseguró que gracias a Lonsag Rampa su cuerpo se había desdoblado; que Cristo según su libro La Caverna de los Antepasados, había sido budista.


La escritura se redujo entonces al oficio íntimo de un diario y al oficio epistolar que mantenía Iván desde el monasterio con César. Una situación que produjo en el personaje una crisis evidente ya que, como él mismo dice, “después de leer a Russell, a Sartre, me hallo en ese monasterio leyendo a Nietzsche, además con la obligación de orar tres veces al día. Por supuesto”, se ríe Portos, “tenía unas contradicciones muy grandes ya que también leíamos comunitariamente a Gandhi y Emmanuel Mounier. Un mundo que me descubrió otro ya que necesitaba escribir, no sé si forzado por el silencio – no podíamos hablar-, por las contradicciones o por la distancia”.


Otro giro de tuerca: Los títeres


El teatro se convierte, al regreso de Iván, en profesión. La interrupción con el colegio le impide acoger de nuevo la disciplina escolar. Decide dedicarse exclusivamente a los títeres con César, ingresando el par de titiriteros a la vieja y extinguida escuela de pedagogía artística de Colcultura.


“Leemos a Lukács”, recuerda Portos, “por cumplir con la academia. Pero buscábamos otras fuentes distintas a la estética socialista. Breton, Rimbaud, Mallarme, El conde Lautremont, nos atraían mucho más. Cortázar y mayo del 68 nos influyeron. Y lo más interesante de todo no fue exactamente lo que estábamos leyendo sino lo que estábamos viviendo porque encontramos en la escuela un mejor aporte humano que académico, aunque se contaba con buenos profesores. Aun así, preferimos La Escuela al Acto Latino porque luego de la heterodoxia marxista del grupo, éste se fue al otro extremo, hacía una anarquía mal entendida, al hipismo trasnochado de una comuna, a la crueldad de Artaud y a una idealización de la antisiquiatría – David Cooper y Laing –“


“Entonces empezamos”, según remembranza de César, “a realizar pequeños montajes. Hicimos nuestra primera obra que se llamó Las Escobitas y durante una semana cultural que se organizó en la escuela debido a que la iban a cerrar, presentamos La Niña y el Sapito. A partir de ese par de muñecos nos preguntamos que sucedería, si la niña se enamoraba del sapo…”


¿Y qué sucedió? – se preguntará el lector luego de tales puntos suspensivos. Lo que sucedió fue el inicio de la quincena de años, motivo de esta charla. El primer montaje que indicaba lo que luego sería La Libélula, titulado “La Niña y el Sapito o la Unidad de los Contrarios”, sus animales y muñecos, sus personajes que pronuncian parlamentos en escena sin posturas vergonzantes ante el hecho de ser casi fenómenos y ante un público asombrado del prodigio. Del prodigio y diversión que obedece a sus montajes, al encanto que es el toque de piratas en “El Dulce Encanto de la Isla Acracia”; al juego de “Los Espíritus Lúdicos”; a la forma como los libélulos cuestionan la mala literatura infantil; a la mala dramaturgia existente para títeres que no les permite expresar sus propios gustos o intenciones personales, predilecciones que el lector comprenderá al leer esta última declaración de Iván Darío Álvarez sobre el cómo y el porqué de La Libélula, declaración aquí transcrita a modo de conclusión. “No sabíamos qué tenían que ver Brecht o Grotowsky con los títeres, Stanislavsky o Artaud o la expresión corporal con los muñecos. Por ejemplo, la necesidad de montar una obra como “El Dulce Encanto de la Isla Acracia”, surgió por el recuerdo de una literatura que nos fascino cuando niños. No obedecía en particular al recuerdo de Stevenson sino al recuerdo de jugar en nuestra infancia a los piratas, además de encontrar cierta identidad con esa imagen un tanto idílica que es el barco navegando en un territorio sin fronteras – ya que la patria de los piratas es el mar y el barco hace de ellos una comunidad flotante.


Verne y Stevenson estaban en nosotros de forma inconsciente, como Buñuel, pues el título provenía de su película El Discreto Encanto de la Burguesía. Así como también Chandler, Hamett, Doyle o Poe, quienes empezaron a interesar a título personal para realizar, con base en la literatura policiaca, un montaje para adultos: Sady Miton, alias El Puro. Podría decir incluso que tenemos más influencias de la literatura que del teatro. Aunque en el teatro contemporáneo se haya dado una separación con la literatura, al contrario de Shakespeare o las tragedias griegas y el gran peso que tiene las palabras e esta clase de obras. Se trata de encontrar un lenguaje autónomo, obras que no tengan que depender de un texto, formas de narración más plásticas, menos lineales y menos narrativas en términos convencionales. Por eso se puede llegar a tener en los títeres el sentimiento de que lo que se hace es un poco anacrónico”.



Texto publicado en Dominicales del periódico La Patria. Domingo 8 de diciembre de 1991.


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