¿Cómo funciona el diálogo en el teatro? Esta es una pregunta no tan sencilla de responder, pues la labor de crear textos y diálogos dramáticos es minuciosa, detallada, y precisa, en la que cada palabra está pensada para transmitir mensajes, intenciones, o sensaciones. Este es el tema que tratará la siguiente entrada, escrita por Iván Darío Álvarez.
Sabemos que el lenguaje es un bosque de símbolos. Cada palabra es un signo mediante el cual los seres humanos intentan comunicarse para traducirse unos a otros sus pensamientos, sus intereses, sus emociones. El habla teatral está fundada e inspirada en ese hecho real de los continuos intercambios lingüísticos humanos, pero a su vez, el dialogo teatral pretende alcanzar un nivel estético que va más allá de un habla normal ordinaria. Ese rasgo distintivo lo eleva y lo coloca en otra dimensión en dónde el sentido de lo dicho tiene que alcanzar una altura creativa, para poder mantener en vilo y en máxima tensión la atención del espectador.
En razón de todo esto el universo teatral no es sólo un calco conversacional de los muchos donde opera la realidad. Los diálogos en el teatro están cargados de un cosmos, son como cartuchos de tinta que tiñe de un fuego emotivo que necesariamente conllevan a la acción. Los efectos de las palabras se hacen sentir y al resonar provocan actos que en su necesidad expresiva implican conflictos y con ellos es que se construyen las situaciones dramáticas.
En ese transcurso de los diálogos se anuncian preguntas y se convocan en la suma de actos, posibles respuestas. Las palabras en el teatro actúan, desatan incendios y tempestades emotivas. Ninguna palabra puede ser desatendida porque cada cual si es indicada y justa, hiere, transgrede o equilibra el hecho teatral.
El diálogo en este mundo particular tiene ante todo que ser oído por el espectador y eso lo instala en una categoría muy especial. Ese tercer escucha presente y silencioso, siempre tiene que ser tenido en cuenta, no puede ser ignorado, por ser éste un testigo esencial de toda relación teatral. En estos diálogos el oyente se oculta con otros tras las sombras y desde allí intenta permanecer atento a lo que ocurra. El dialogo también convoca al espectador como juez o como cómplice.
De igual forma detrás de los diálogos se agazapa el autor para a través de todos sus personajes hacer hablar a los actores y a su vez hablarle al espectador. El lenguaje teatral es un juego de signos que siempre se juega por partidas dobles. El diálogo teatral no obtiene su razón de ser sin el espectador.
La palabra en el teatro es como un motor siempre impulsor y dinámico. Es activo y constantemente generador, en ningún momento puede apagarse. Los diálogos bien logrados son como espejos interdependientes que se reflejan unos a otros.
El papel de oyente al igual que el espectador lo pueden compartir otros oyentes. Hay diálogos dónde la voz principal tiene como receptor a un oyente que sólo se limita a escucharlo o interpelarlo brevemente para permitirle al protagonista que su confesión o su relato tengan coherencia y continuidad, por eso el oyente se reduce a decir pocas palabras. Su función en este caso es brindar información útil al espectador para ayudarle a comprender determinadas situaciones.
Los diálogos son también la vía verbal por la cual se ponen de manifiesto los enfrentamientos amorosos o agresivos que suponen un contradictor, un adversario o un oponente.
Los diálogos agresivos dan cuenta de las relaciones de poder, de conflictos de intereses visibles o invisibles, mediante los cuales se ponen a prueba amigos y enemigos.
Rara vez los conflictos son sólo de ideas, generalmente van enlazados a otros momentos dramáticos de diversa naturaleza. Lo relevante es que los diálogos poseen un carácter significante portadores de razones por las cuales se expresa una conducta o los móviles de una acción, y a su vez, invitan al espectador a un juego de simpatías y antipatías por los
personajes y su sistema de valores.
Un diálogo es un intercambio sostenido de voces que encarnan cada una fuerzas contrastadas. Cada voz tiene una función y un rol que cumplir para que el drama avance. Igual hay diálogos del protagonista que necesitan de la presencia de un aliado, de un cómplice de aventuras, de un ayudante de búsqueda en la consecución de su fin. Sus dudas o afirmaciones tienden a intensificar sus objetivos. El aliado es confidente, hombre de confianza con el cual se establece un vínculo estrecho. Sus intenciones van unidas al destino de los personajes principales. Al servir de acompañantes sufren o disfrutan de la suerte que les deparen los mismos acontecimientos. Sus voces tienen la función de alternar en los hechos e ir alimentando el contenido de las situaciones de las que es copartícipe y testigo.
Las múltiples voces expresadas en los diálogos pueden ser convergentes o divergentes, pueden unir o separar. Cada una de estas maneras de hablar empuja el ritmo y la progresión de los sucesos escénicos.
Los diálogos también pueden ser directos o indirectos, esto es, servir de vía para decir las cosas de forma transparente, o estar encubiertos para que sean interpretados por el público o por otros personajes de forma cifrada o ambigua.
Lo más importante es saber que sean como sean en una obra, los diálogos requieren de una construcción elaborada y literaria, no pueden limitarse a ser una reproducción mecánica de las conversaciones reales y cotidianas.
Los diálogos teatrales tienen una finalidad concreta, no pueden ser confusos y dispersos, no podemos olvidar que necesitan concentrar la atención. Al ser precisos y claros deben avivar la llama de los conflictos y obedecer a la voz verosímil de los personajes, no hay que perder de vista que el diálogo es una herramienta entre muchas otras de la tensión y el suspenso dramáticos.
Los parlamentos también pueden ser cortos, largos o combinados. En el intercambio breve las palabras cruzadas activan duelos o juegos de gran ingenio, responden de forma inmediata porque requieren de respuestas agiles y rápidas.
En los intercambios largos su funcionalidad es otra. Informan, narran una historia o desarrollan el argumento de una idea. Mediante ellos el espectador se entera de su eficacia y de lo que esos enunciados significan para el drama. Estos diálogos activan la emoción pero también la reflexión. Esos parlamentos por lo general no pueden ser fácilmente
interrumpidos. Suelen ser muy exigentes para el actor porque no pueden ser dichos de cualquier manera. Su elaboración para el autor también encierra un gran grado de dificultad porque pueden ser retóricos, vacíos o innecesarios, o provocar la desconcentración del espectador al no lograr engancharse o comprometerse emocional o intelectualmente con ellos.
Los diálogos extensos tienden en su dialéctica a menguar o equilibrar las intervenciones para que los interlocutores tengan cada uno su posibilidad de intervenir en las cantidades y las proporciones justas de acuerdo con su papel. Todo desequilibrio implica jerarquías y relaciones de fuerza o desproporciones pasionales en los personajes.
Los diálogos pueden también valorarse por el lugar que ocupan ciertos silencios. En determinadas situaciones dramáticas puede ser mucho más importante o revelador lo que se calla que lo que se dice. Lo no dicho por el personaje mueve la atención y la imaginación del espectador.
Las palabras que se callan son como un cajón dónde se guardan y ocultan secretos. Los secretos de una obra se almacenan como sorpresas que se agazapan tras los silencios. Cada sorpresa ilumina una parte importante de la obra a medida que transcurre, multiplica y dosifica los efectos y con cada uno se abre a nuevas consecuencias.
Gracias al diálogo y al intercambio de palabras que generan una lógica del texto, se van suscitando lecturas que tienen por función despertar a la imaginación para que vaya produciendo lo que espera en la puesta en escena. En particular lo no dicho se encarga hábilmente de ocultar el texto enunciado, para abrir y ramificar las posibilidades de interpretación tanto para el director, los espectadores, como para los espectadores
En contrapartida las palabras dichas son un esfuerzo que realizan los personajes para encontrar la verdad de sus vidas, siempre puestas a prueba en el devenir de sus actos.
Los diálogos se tornan eficaces cuando son más que oportunos. Cuando no abusan de su poder de informar, cuando saben provocar firmes expectativas, cuando no saturan, ni fatigan, sino por el contrario encuentran con mesura su justa intención y proporción, y en consecuencia intensifican el nivel de atención por cada palabra que al ser dicha revela
un universo desconocido, que invita a la curiosidad a recorrerlo e indagarlo hasta el final.
Recapitulemos, dialogar en el teatro no es lo mismo que conversar. Las conversaciones en la vida pueden no evolucionar ni conducir a ninguna parte. El diálogo en el teatro está sujeto a una ley de progresión que empuja la acción hacia adelante. No conduce a tiempos muertos o estáticos. Las conversaciones en la vida cotidiana no son por sí mismas buenos y acertados ejemplos del diálogo teatral, cuya construcción exige sentido y premeditación artística. Los diálogos en el teatro provocan otro ritmo, suelen no ser fortuitos, ni azarosos. El teatro no es una copia mimética del habla diaria, presupone otro orden conversacional mucho más rico, diciente y condensado, que requiere de una programación que el autor prepara para la escena, por eso carece de espontaneidad aunque pretenda en ocasiones parecerlo, porque los diálogos deben ser oídos y vistos como el resultado de una intención, tienen un norte, no pueden ir a la deriva. En el teatro los personajes saben casi siempre porque saben lo
que dicen y saben lo que callan.
Así mismo los diálogos en el teatro tienen la enorme probabilidad de inventar otros universos conversacionales que escapan a las leyes habituales. El teatro bufo, absurdo o surreal, es una clara muestra de su poder imaginativo. El diálogo disparatado, loco o inusual, construye sus propias reglas de enunciación y se permite gracias a la complicidad del público entrar en otro orden de ideas y de lógicas comunicacionales. En ellas el ridículo se explota y se lleva hasta sus máximas consecuencias. El sinsentido se asume como potenciador de la burla de lo real. Se exalta sin temor y la creatividad está en saber hacer un buen uso de su poder desacralizador e iconoclasta.
Muchas veces gracias al humor en los diálogos se busca mostrar porque los personajes paradójicamente no se comunican, o no se comprenden cuando se hablan. El teatro al producir un habla tensa y dramática, estimula la crisis comunicacional de los seres humanos. El teatro sabe que el lenguaje es fuente de conflictos, de malentendidos, de rupturas, de
fuerzas irreconciliables que pugnan por encontrar su espacio y su razón de ser en el mundo. De buenos diálogos está hecha la buena picardía dramatúrgica, sin ella su sabor carece de sazón.
Es muy interesante en un autor ver traicionados o utilizados de una nueva manera los lugares comunes de la conversación cotidiana. El espectador puede llegar a creer que intuye lo que el personaje puede llegar a decir o pensar y de alguna manera lo espera, pero el autor puede jugar con ese presentimiento y con ello provocar su atención. Sin duda los diálogos pueden ayudar a mantener vivos los enigmas o hacen contemplar muchas
posibilidades de lo que puede suceder.
En los diálogos de los dramas contemporáneos se busca romper los actos de habla sacándolos de su hábitat habitual. Hay personajes en contextos enrarecidos que no comunican nada. Sus voces no dialogan pero se yuxtaponen y alternan unas con otras, no hay pues interés en escuchar o contestar lo que el otro expresa. Es como si fuera un diálogo de sordos, pero esas voces superpuestas y aparentemente aisladas permiten crear otro orden de significación y sentido.
La palabra es uno de los vehículos fundamentales que hace oír la voz de los personajes. Las didascalias lo dotan quizás de una fisonomía, de una hipotética o aproximada apariencia física o sus comportamientos silenciosos. Ambos enunciados de una u otra manera le dan al personaje una identidad, una forma sustantiva de ser, Un lenguaje constitutivo que le es propio. Esa identidad igual es flexible e inacabada en el papel, pues sabemos que corresponde al director y a su equipo de actores interpretarla y con ello redondearla.
Una de las finalidades del diálogo es poder dar a conocer la subjetividad del personaje y cuales efectos tiene su personalidad en el intercambio con otros en un entorno, en un contexto. Sus palabras siempre procuran decirnos o mostrarnos algo de sus vidas. Tienen entonces un contenido y pueden llegar a ser trasformadoras ya que alteran las relaciones o las situaciones. Yo como autor soy el portador de una pluralidad de voces, es con todas ellas que yo me expreso y construyo mi discurso teatral. Mi voz está difuminada y quizás oculta en cada uno de mis personajes, ninguna me representa. El arte del diálogo teatral reside en esa capacidad talentosa de saber oponer voces, de encontrar en ellas su mayor singularidad.
La totalidad y la individualidad de cada texto, es la responsabilidad creadora que como autor yo asumo. Y como autor autónomo asumo mi invisibilidad para desde esa posición privilegiada dar una respuesta a lo que mi tiempo me reclama. En últimas esos deseos deben conjugarse con los deseos del espectador que del autor lo espera siempre todo cuando la magia y el hechizo se producen.
Iván Darío Álvarez E.
Taller de dramaturgia Libélula Dorada 2010
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