Aníbal Gallego
Entre todas las modalidades escénicas, el teatro para niños es la que atraviesa la peor crisis. Eso es lo que hemos podido ratificar en este festival. No hay dramaturgia para los niños, los pocos escritores que han incursionado ya cesajaron en sus intentos, todos los casos son aislados. Tal vez lo hemos convertido en eso, en unos aislados a imagen y semejanza nuestra. Tal vez hemos dejado que se rompa el hilo de la cometa de la vida, aquel que nos unía a nuestro niño interior.
La Libélula Dorada es uno de los pocos grupos sobrevivientes en el mundo que motiva, piensa, realiza y dirige su producción a esta franja de público, que es la que debemos preservar y frente a la que debemos evolucionar, si es que realmente queremos que tenga un futuro la humanidad. Catorce años de trabajo continuo, día con día entrenándose en el ejercicio de la imaginación, en la exploración permanente de la capacidad de juego, hoy extraviada en la memoria del hombre.
Ese chivo es puro cuento es un espectáculo refrescante, un manantial secreto al que el adulto grandilocuente solo tiene acceso cuando desciende de la torre de sus egos y se rinde a lo lúdico, sin forcejeos racionales y sin evitaciones y censuras. César e Iván Álvarez son los pilares de esta experiencia titiritera, que adquiere ante nuestros sentidos una extraordinaria dimensión de realidad. Se les ve la consecuencia frente al oficio, la vocación para el escenario, la convicción frente a una necesidad expresiva. Nos muestran el truco y el resultado al mismo tiempo. Dejan ver la mano en su danza de animación y nos presentan el objeto que ha tomado vida mediante una inyección de sonido y movimiento que seduce al espectador más beligerante y despierta a los sueños al más indiferente. Una fábula bien elegida, ejecutada con brillantez, con finura con verosimilitud.
No queda nada suelto en ella, ni el más minúsculo de los refranes, ni el más tonto parlamento. Un cuento de tradición chilena ajustado con milimetrìa al contexto del viejo Caldas. Los caballeros repiten: en el anterior festival nos brindaron Los Espíritus Lúdicos, este ha sido el año del chivo y del cuento bien contado en el teatro. Son dignos hijos de Titiribí. Gracias y buena suerte en el festival Cervantino.
Fragmento extraído del texto: “Manizales, oasis del teatro Colombiano” publicado en las páginas culturales de la revista Nueva Frontera.1990.
Hugo Chaparro Valderrama
Rechiflao en mi tristeza por no poder escuchar los trinos que el cantante Barquillo entona al frente de la orquesta del Bar de la calle Luna, me encontré a las puertas del bar donde supuestamente se escenificaba el Bar, el titiritero César Álvarez, libélulo de los libélulos quién, junto con su hermano Iván Darío, estrenan en el Festival Iberoamericano su más reciente montaje: Ese chivo es puro cuento.
Después de dos años de trabajo, el chivo mencionado ha dejado de ser cuento para ser una realidad de títeres, realidad novedosa, propuesta escénica que renueva el molde tradicional del teatro de muñecos.
Basado en un cuento de tradición oral chilena, su título original, El chivo del cebollal, se transformó en el que encabeza esta nota. No son los personajes chilenos los que veremos hoy jueves, a las tres de la tarde y ocho de la noche, en el Teatro Libre del Centro. El relato se adoptó al medio en el que se mueven los mencionados libélulos, presentando, en esta ocasión, como personajes centrales al mago Filipo y al titiritero Matías dirigiendo la gracia de sus compadres de obra.
Verá usted como el teatrino se convierte – Misterio - en carreta, como gira y se desplaza y contribuye a la magia de la historia. Como los muñecos se trasladan por él con tamaños que van desde los diez centímetros hasta el metro de altura, con técnicas tan variadas como el teatro de sombras chinescas, la manipulación de marionetas invertidas – es decir, sus hilos, desafiando toda ley de gravedad, se suspenden de abajo hacia arriba – y otros prodigios por el estilo.
Pancracia Vaquero, la primera vaca torera de la historia de los títeres y de la Historia; Perry Leal, abogado maquiavélico al lado de Dios y el Diablo; el Sargento Tortugo, tortugo que es más bien tanque, y un boxeador equino además de volador, el Caballo Pegaso, deambularan por escena a lo largo de una hora en la que se observara la historia y evolución de un grupo como La Libélula Dorada y de un movimiento nacional de titiriteros que puede presentar montajes para rato, que dan de que hablar.
Con música original, compuesta para la obra por Josefina Severino, más conocida en el mundo del títere y la música como Pepa Severino, y el trabajo de Ramiro Álvarez, Jaime Cifuentes y la especialísima actuación de Jairo “Rompecho” Alemán – luminaria encargada de la iluminación del Chivo -, además de la participación de César e Iván Álvarez éste último encargado del texto, los espectadores que asistan a la hora y el lugar indicados podrán concluir que los títeres se han ganado su lugar en eventos de esta clase, no como el teatro menor que siempre se ha considerado, sino como teatro entre el teatro, tradición de nivel y gracia especial, respetable.
Texto publicado por el diario El espectador. Bogotá – jueves, 12 de abril de 1990.
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