Los cuentos tradicionales de transmisión oral, los cuentos y fábulas clásicas, y demás fuentes literarias han sido una de las mayores inspiraciones para creadores e intérpretes del teatro de títeres. La Libélula Dorada puede contarse entre ellos, pues en el año de 1990, basándose en un cuento tradicional chileno, estrenan "Ese chivo es puro cuento". Hoy recordamos y analizamos su origen, a propósito de la próxima presentación de esta obra en el marco del festival internacional de títeres Manuelucho.
Sucede algo muy bello y muy curioso con los cuentos de tradición oral, y es que son historias que pueden ser contadas de mil diferentes maneras dependiendo de la región, época, o quien lo cuente. Las historias pueden viajar miles de kilómetros y adaptarse a nuevos públicos para llevar sus mensajes. Incluso, el origen de muchas de ellas puede volverse incierto, al ser contadas en un gran número de versiones a lo largo de la historia.
En el caso puntual de "Ese chivo es puro cuento", una versión del cuento original está publicada en el libro de 1982 "La alegría de oír" de Ana Pelegrín. Este libro recopila una selección de cuentos de tradición oral de diferentes fuentes, muchos de los cuales acompañaron la infancia de la autora en la zona del norte de Argentina. La autora, además, presenta diversos planteamientos acerca de la tradición oral, su capacidad de supervivencia en el tiempo, el papel del contador de cuentos, y la memoria colectiva y personal, entre otros temas pertinentes a esta gran temática.
Así dice esta versión del cuento, titulada "El chivito":
"Esta era una viejecita que tenía un pequeño huerto. Allí cuidaba lechugas, coles y cebollas. Un día entró un chivito y mordía y comía sus plantitas y sus cebollitas. Salió la viejecita y le dijo que se fuera, pero el chivito la miró de frente y furioso la contestó:
-Soy el chivito del chivatal
y si me molestas te voy a dañar.
La viejecita se fue llorando por el camino, diciendo:
-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!
Y se encontró con el perro. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su huerto. El perro le dijo:
-No llore, viejita,
ni por el chivito ni la cebollita.
Cuando llegaron al cebollar, el perro dijo:
-Sal, chivito, sal.
Y el chivito, mirándolo fijamente, le responde:
-Soy el chivito del chivatal
y si me enfado te voy a dañar.
El perro le dijo a la viejecita que volvería otro día para ayudarle y se fue silbando. La viejecita volvió al camino llorando y diciendo:
-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!
Y se encontró con el toro. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su huerto. El toro le dijo:
-No llore, viejita,
ni por el chivito ni por la cebollita.
Cuando llegaron al cebollar el toro dijo:
-Sal, chivito, sal.
Y el chivito, mirándolo fijamente y bajando la cabeza, contestó:
-Soy el chivito del chivatal
y si me enfurezco te voy a dañar.
El toro dijo a la viejecita que volvería otro día y se fue suspirando. La viejecita volvió al camino llorando y lamentándose:
-¡Ay, ay, la cebollita del cebollar!
Y se encontró con una hormiga delgada de cintura. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su huerto, y la hormiguita dijo:
-No llore, viejita,
ni por el chivito ni por la cebollita.
Cuando llegaron, la hormiguita se acercó al chivito y le dijo muy bajito:
-Sal, chivito, sal.
Y el chivito, rojos sus ojos:
-Soy el chivito de mi chivatal
y si me enojas te voy a dañar.
Y la hormiguita, plantándose:
-Pues yo soy hormiguita del hormigal
y si te pico vas a llorar.
El chivito no quiso oírla y siguió comiendo lechugas y cebollas. La hormiga trepó por las barbas del chivito y le picó a todo picar. El chivito, sorprendido y dolorido, salió disparado balando, balando, balando, hasta que se perdió de vista por el camino.
La hormiga volvió pasito a paso a la casa de la viejecita.
La viejecita le regaló un saco de trigo, pero la hormiguita aceptó tres granos y se fue.
Y entra por el sano
y sale por el roto;
el que quiera venga
y me cuente otro."
Pocos años después, el escritor argentino Gustavo Roldán, fiel defensor de la literatura infantil, incluye una versión muy similar de este cuento en un libro llamado "Historia de Pajarito Remendado", con el título "El chivo del cebollar". Con respecto a la versión de Ana Pelegrín, ya se empiezan a ver cambios, en especial en la famosa y recurrente frase del obstinado chivo, que en la versión de Roldán dice:
"¡Brlrlrl! —dijo el chivo mirándolo muy fijo a los ojos—. Yo soy el chivo del chivatal y de aquí ninguno me puede sacar."
Esta frase guarda mucha más cercanía con la utilizada en la versión de la Libélula de 1990. Para llevar esta sencilla historia y su gran mensaje al teatro de títeres, el mismo formato escénico está lleno de herramientas para lograrlo sin dejar de transmitir la esencia del cuento.
Entre estas herramientas se encuentran cambios sutiles en el lenguaje que se utiliza, por ejemplo, el chivo ya no se instala en un cebollar sino un cafetal, un elemento sin duda mucho más cercano a nosotros en el contexto colombiano. Las participaciones de cada animal y sus respectivos intentos de sacar al chivo se expanden, creando escenas nuevas.
También, hay elementos que le dan un giro al cuento, por ejemplo, la intervención de teatro de actores con los representativos personajes de Filipo el Mago y Matías el Titiritero contando el relato. Estos dos personajes crean una dinámica de "cuento dentro del cuento", en la que en un punto, el cuento parece convertirse en un personaje más y se les sale de las manos, llevándolos a improvisar y a tener que convertirse en títeres para entrar en la historia y poder terminar de contarla.
Podemos concluir este sencillo recuento diciendo que los mensajes de los cuentos tradicionales siguen (y seguirán) manteniéndose vivos y viajando a través del mundo, gracias a prácticas culturales como la transmisión oral y valiéndose de importantes aliados cuya misión también es contar las historias del mundo, como en este caso, el teatro de títeres.
Valeria Romero Giraldo