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Explorando de manera poética el universo de lo monstruoso


Los monstruos en la historia de la imaginación humana han sido criaturas feas, asquerosas y espeluznantes que han sido cargadas de ferocidad, malignidad, como productos infernales, negativos e impuros. Ellos según los humanos o los dioses, no pueden ser mansos ni pacíficos, están condenados a ser bestias primitivas y salvajes.

La obra de “Gárgola y Quimera” pone patas arriba ese imaginario maldito para abrirlo a un sentido interpretativo más contemporáneo. Como creación original La Libélula Dorada en está fabula teatral apunta a subvertir la idea de los monstruos de los mitos y la ficción como habituales seres desalmados y malignos. En su reverso se quiere mostrar el lado oscuro y monstruoso del ser humano. O en contraste privilegiar lo humano del monstruo y dejar emerger de las entrañas intimas de nuestros congéneres, lo monstruoso del ser humano. Jugar desde lo ficticio del títere con monstruos con rostro humano y seres humanos con personalidad monstruosa.


La metáfora de esta obra se extiende como ampliación del concepto de lo monstruoso y va más allá de la típica criatura horrorosa del género de terror. El objetivo es configurar un modo de pensar que pueda tratar de comprender las pulsiones negativas propias de la vida común, y cómo estás, se logran manifestar de manera maravillosa con el teatro de títeres. Aquí el epicentro es que lo monstruoso es ese “algo misterioso” que irrumpe en la cotidianidad y que señala que algo anda mal, o que designa comportamientos retorcidos tan propios de lo humano. Sea real o imaginario, esto resulta excesivo, y lo excesivo responde a la cualidad de monstruoso como adjetivo que define una condición del ser. Esto es, esa categoría monstruo – humano, que de alguna manera se ha vuelto centro de noticias espectaculares en los medios masivos de comunicación, siempre deplorable, pero de los que poco se reflexiona a fondo como fenómenos psíquicos y terribles, que en realidad no despiertan, ni promueven, una verdadera y detenida atención cultural y social.


EL MIEDO AL OTRO


Los personajes protagónicos e infantiles de la pieza “Gárgola y Quimera” están atrapados por creencias y opiniones preestablecidas de sus mayores en sus respectivos mundos. A cada quien desde la lógica en la que está inmerso, le resulta por ello difícil poder escapar por completo de esa visión del otro, como consecuencia de su entorno y la influencia determinante de la cultura adulta. El desconocimiento y la ignorancia en ese mutuo miedo hipnótico a la otredad conllevan al horror.


El pilar de esta búsqueda dramática es la alteridad, que lo extraño, que la otredad, lo diferente, puedan contribuir a poder poner en entredicho los estrechos moldes de lo uniforme. El encuentro con lo otro es una invitación a pensar en la propia identidad sin exclusiones. Así como examinar la finitud de la condición humana y repensar sobre el prejuicio, lo que no debe ser y lo que si debe ser combatido, desde una opción ética liberadora que nos advierte de manera reflexiva, ante todo para no mirar al otro como amenaza o enemigo a muerte.


Su incursión creativa visitará el miedo, pero sobre todo quisiera no tenerle tanto pánico al monstruo imaginado, sino tenerle pavor real, al miedo de llegar como ser humano a convertirse en algo peor. El aspecto tenebroso que se quiere dilucidar mediante la acción dramática, es el de la violencia, el de la crueldad propia de niños cuya deprimida atmosfera educativa es bien precaria. Ella los incita a transformarse en ogros pérfidos actuando contra sus semejantes, a través del matoneo y la burla sórdida del otro, ese otro vulnerable con el que quiere ensañarse o vengarse por motivos no siempre claros, pero que se nutren del resentimiento y el abandono adulto. Estamos convencidos que la violencia social, atrofia, maltrata y sobre todo maleduca, los sentimientos, las emociones, las pasiones y los valores en formación.


Todos en diversas ocasiones nos hemos sentido monstruos, tanto que en contrapartida al experimentarlo nos horrorizamos de nosotros mismos. Así mismo Nico y Teo, llegan a vivenciar el malsano placer de maltratar a indefensas y pequeñas monstricas, e incluso valerse de ellas como arma terrorífica, para engendrar miedo a otras víctimas y abusar de su poder dando rienda suelta a sus pulsiones monstruosas. Los niños gemelos se dan cuenta que el miedo es un arma de dominación.


Hay acechándonos un monstruo agazapado en nuestro interior. La vida suele desatar raros bichos insociables, que la sociedad con su creciente malestar en la cultura muy precozmente puede engendrar y alimentar. Cada uno de nosotros tiene su miedo, sabe cuál es el monstruo que más teme como si fuese el más cruel de los villanos, ese que nos rebasa y supera a todos, ese que carece de piedad o escrúpulos, ese que puede llegar a ser el más perfecto animal diabólico.


Se trata entonces de mirar el monstruo no como cazador, sino como ser cazado. No como verdugo, sino como víctima. Imaginar seres del inframundo incapaces de hacer el mal o de ser feroces. Y más bien apuntalar con picardía titiritesca, a un humano depredador mediante niños difíciles con comportamientos bestiales. Contrastar niñas valientes pero ingenuas, con niños siniestros pero temerosos y cobardes, que no cumplen a la hora de la verdad, con su prototipo de personajes malévolos fascinados con el mal. Nico y Teo, más allá de ser perversos poliformes, son en el fondo niños difíciles, golpeados por una realidad social, que desde muy temprana edad los prepara para la violencia y el resentimiento. El ambiente educa o maleduca.

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