"Un animal no posee nada aparte de su vida y, aun así, se la quitamos"
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Marguerite Youcernar.
“Gaspar, el señor de las nubes” obra para mediano formato, es una creación del dramaturgo Iván Darío Álvarez, pieza con la que celebra de paso los 45 años de trayectoria con el grupo. Ha sido escrita para niños de seis años en adelante y para un público familiar. El texto tiene como punto de partida una historia real. Gaspar, es un oso de anteojos que existió en los años ochenta y fue relatada a los fundadores de La Libélula Dorada, por dos jóvenes ambientalistas que fueron testigos vivenciales de las vicisitudes que, como representante de su especie, este animal en vías de extinción, tuvo durante muchos años que vivir y soportar.
Nuestra versión dramática está un poco más matizada por el colorido fantástico y circense, dado que el circo de pueblo al que en efecto perteneció el oso, era más precario y donde nuestro protagonista sufrió todo tipo de maltratos. No es nuestra intención regodearnos de forma patética con ese tipo de crueldad, pero si mostrar sin exagerar, su nefasto impacto como otra forma de nuestras violencias contra nuestros entornos.
Las circunstancias en las que se inspira la obra en nuestro contexto, son hoy más que nunca de vital importancia. En el mundo actual, asistimos a la sexta extinción masiva de diversas especies y Colombia, no es la excepción. Sabemos que los seres humanos formamos parte del reino animal. Entonces, si nada vivo nos es ajeno, esto significa que, la vida nos hermana con los otros animales no humanos que pertenecen a la misma tierra. Por tanto, desde una postura zooética, no deberíamos mirarlos como extraños y serles indiferentes a sus dificultades, a su dolor, dado que con ellos coexistimos en este planeta.
Cada vez se ve más claro, desde la visión sensible de las nuevas generaciones que, los animales tienen derechos y nosotros deberes hacia ellos. La igualdad que se arguye, implica respetarlos, preservarlos y en lo posible favorecerlos como seres vivos merecedores de nuestra consideración moral.
Los animales, durante siglos vejados por los humanos, han sido sobre explotados, sometidos a torturas, al tráfico de sus cuerpos, a desplazamientos forzados, a enjaulamientos masivos en campos de concentración y exterminio. El hombre con los animales ha sido tan cruel como los nazis con los judíos, o como los judíos con los palestinos. Sin duda, como muy bien lo expreso Schopenhauer: “los hombres son una pesadilla para los animales”.
Si es cierto que “la más alta virtud del hombre es la simpatía,” como desde otra orilla lo dijera Darwin, es justo pensar que el derecho a la bestialidad, es ahora, un derecho que va más allá de lo antropocéntrico. La devastación ecológica amenaza a ritmo precipitado el hábitat de muchas especies condenadas a la extinción.
El ser humano vive a expensas de otros animales, plantas y a la tierra en su conjunto. Y lo que lo ha hecho más competitivo, y en su defecto más depredador, es su inteligencia, la que lo ha entronizado como supuesto rey y ordenador de la naturaleza, pero en fatal consecuencia, en dominador y explotador máximo del planeta. Lo único que nos hizo dominantes en las azarosas olimpiadas naturales fue la evolución de nuestro cerebro, el cual, no ha sido proporcional a nuestro precario progreso en sentido ético.
La lucha por el respeto a los animales pasa por la defensa de sus ecosistemas. Y el indebido abuso contra la existencia de otras especies, también pone en riesgo la tierra y nuestra futura supervivencia.
En relación al cuidado de los páramos como majestuosos bancos de agua, el oso de anteojos es una especie prioritaria. Es equivalente a las abejas como esparcidor de semillas y ayuda con su continuo trasegar y su peso, por las altas montañas de nuestras bellas cordilleras, el que el sol penetre y reactive los suelos.
En la mitología precolombina, el oso de anteojos creaba un vínculo entre el cielo y la tierra, era un mediador imprescindible entre el bien y el mal. Para los tunebos, un grupo de la familia lingüística chibcha, el oso, también llamado “el señor de las nubes,” representa el primer hombre, por lo tanto, fue venerado, protegido y su caza estrictamente prohibida. Esa cosmogonía da cuenta que nuestros indígenas, como tantos otros, estaban guiados por un respeto sagrado que preservaba nuestros ecosistemas y las formas de vida que los habitaban, mediante una actitud comunitaria que iba más allá de la actual fiebre por matar y exterminar que, de desde la perspectiva ciega y destructiva, nada entiende de la naturaleza y la llamada vida salvaje.
En la existencia cada vez más arrinconada de los oseznos en las altas montañas de Colombia, se refleja una gran tragedia. El teatro como forma de observar los conflictos, no puede estar ausente de una mirada sensible y critica que reclama nuestra época. Así es que, desde una pedagogía de la imaginación que forma indirectamente, y gracias al poder por excelencia mágico y comunicador del teatro de títeres, la Libélula Dorada, fiel a su ya larga vocación y con el alto rango estético que la caracteriza, quiere pues dar cuenta de manera bella y lúdica de todo ello.
El sufrimiento y vicisitudes de otras especies merecen ser contados. El animal no solo convive con nosotros, sino que también es parte fundamental de la historia y la imaginación del hombre.
Texto escrito por Iván Darío Álvarez.