A lo largo de este año publicaremos la muy completa investigación sobre los títeres en Colombia realizada por Consuelo Méndez y César Álvarez.
CAPÍTULO I
PUNTO DE PARTIDA
Convencidos de que los títeres son tan antiguos como la humanidad, decidimos empezar esta historia tomando como punto de partida el período precolombino, pues nos negamos a creer que también los títeres arribaron a América con los españoles y porque, aún reconociendo la invaluable riqueza que aporta el mestizaje, en cuanto a universalidad y multiplicidad, quisimos precisar cuál fue el aporte que las culturas precolombinas hicieron a dicho mestizaje.
En la búsqueda de nuestras raíces para poder explicar nuestro hoy, lo primero que encontramos fue el enorme silencio de los anaqueles, las expresiones de sorpresa de los bibliotecólogos y la perplejidad de los antropólogos y arqueólogos, quienes de manera oral o escrita se convirtieron en los únicos cómplices en esta parte de la investigación.
Ahora, pasado algún tiempo, creemos saber que la perplejidad y sorpresa de nuestros cómplices se deriva de la manera escueta y rotunda con que hemos utilizado el vocablo títere en nuestras indagaciones, el cual ha sido interpretado por nuestros interlocutores, de acuerdo con los elementos de su propia experiencia. Así, cuando hemos interrogado sobre los títeres, éstos siempre han sido asociados a muñecos –casi siempre naturalistas- manipulados a través de diferentes mecanismos y convertidos en personajes, trenzados en historias dedicadas a la diversión y entretenimiento principalmente de los niños.
Sin desconocer la validez de este concepto derivado de la experiencia, creemos de vital importancia precisar el significado que para nosotros tiene la palabra y alrededor del cual empezaremos a hilar esta historia.
1. ¿QUÉ ES EL TÍTERE?
Las definiciones existentes sobre el títeres son muchas y muy variadas. Podemos empezar con la que ofrece el diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Figurillas de pasta o de madera o de cualquier otro material, vestidas o adornadas que se mueven con alguna cuerda o artificio”.
Otra definición establece que el títere es una pequeña figura de cartón o de madera que un hombre, colocado detrás de la tela, hace mover con la ayuda de hilos o resortes, sobre un pequeño teatro.
Otra definición mucho más específica extraída también de un diccionario afirma que es “un personaje animado de madera, cartón o tela que participa en una acción dramática”. La consideramos más específica porque en efecto, en ciertos casos los manipuladores no se ocultan y el títere se puede mover mecánicamente. Gastón Baty nos trae una definición más breve y de mayor particularidad, cuando dice que títere es un muñeco que actúa.
Sin duda, cada una de las definiciones citadas aporta diversos elementos que nos aproximan al concepto que nos interesa, al cual, junto con Alain Recoing y Bil Blair nos acogemos, por considerar que sintetizan el concepto y amplían la perspectiva del mismo. Respectivamente ellos afirman que: “Los títeres son objetos animados por el hombre y su animación se hace de cara a un espectáculo” y que “un títere es una figura inanimada que guiada por una mano, se pone delante de los espectadores”. De acuerdo con lo anterior creemos que todo objeto es susceptible de convertirse en un títere en el momento en que el hombre lo anima, es decir le da vida y lo hace público con diferentes fines; se establece así un proceso de comunicación en el que el manipulador es el emisor, el títere el instrumento y el público el destinatario de un mensaje. En cuanto a objeto el títere es necesariamente inerte y accede a su status en virtud del movimiento (la animación), dicho movimiento no puede ser sino el resultado de la acción directa del manipulador, quien es el motor humano indispensable.
En el teatro de títeres al igual que en el de actores, el sujeto esencial por no decir que único, es el hombre y sus preocupaciones; no podrá ser de otra manera pues se trata de un mensaje estético creado por el hombre y dirigido a otros hombres. Incluso cuando el títere representa otra imagen diferente a éste, cuando se trata de un animal, por ejemplo, este objeto está comprometido a una trama que no tiene sentido más que en su relación con el hombre, que es quien le presta su comportamiento humano. El títere implica entonces la asociación efectiva o virtual de un objeto y un manipulador. Esta asociación adquiere tal intensidad que se convierte en una simbiosis extraordinaria, que llega a tal punto que es realmente el títere (objeto animado que adquiere vida propia), el que logra conducir al espectador al mundo fantástico e imaginario y hace que éste se olvide del hombre, es decir que esa otra parte que constituye el binomio objeto-sujeto a partir del cual se ha definido el títere. Es el títere el que realmente llega al espectador, mucho más que el titiritero que es quien lo ha fabricado, quien por haberlo hecho es su dios, su padre, el autor de sus días. Esa dimensión de humanidad que adquiere el títere, contagia no solo al espectador sino también al manipulador, quien proyecta en sus concepciones más íntimas sus más recónditos deseos y aspiraciones dentro de ciertas condiciones especiales de anonimato y de espontaneidad. Chavance, en su obra “La Historia de las Marionetas”, no solo habla de ellas como si se tratara de personas, sino que va mucho más allá cuando dice: “sabemos que la marioneta no es un objeto, que una fuerza, mágica quizás, reside en ella, que ella tiene alma”. El espectador aún siendo consciente de la verdadera condición del títere, suele ver como posible esa vida autónoma de éste, como si él en cuanto a espectador realizara una unidad entre la significación y el referente del signo, dando así lugar a la realización imaginaria de lo imposible.
Con estas consideraciones nos vamos aproximando a esa tradición fetichista a la que se remonta el títere en sus orígenes y que es la que en este momento, hablando de títeres prehispánicos, nos interesa resaltar.
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