A lo largo de este año publicaremos la muy completa investigación sobre los títeres en Colombia realizada por Consuelo Méndez y César Álvarez.
La realidad en que se ha movido el hombre desde sus orígenes es una sola y podríamos decir que es además única e inmutable. Sin embargo son distintas las interpretaciones que históricamente ha hecho el hombre para comprender el misterio que ella encierra. Y en los dos extremos de dicha interpretación encontramos la ciencia y el mito.
Para el hombre que no adquiere sus conocimientos mediante los procesos de abstracción propios de la ciencia, el mito es “La Ciencia” que lo pone en condiciones de resolver los problemas vitales a su manera, es decir, de acuerdo con su representación. A través del mito, el hombre explica su realidad y su contorno bajo el supuesto de formas sobrenaturales a las que su imaginación da la forma sensible y corpórea de deidades.
El mito narra la historia sagrada de los pueblos, es decir constituye una explicación de un acontecimiento primordial que tuvo lugar en el comienzo de los tiempos. En la medida que esta explicación se escapa de todo lo racional y accesible al hombre, se convierte en un misterio y su relato no es otra cosa que una revelación. El mito es pues la revelación de un misterio y sus personales no son seres humanos sino héroes o dioses a los que el hombre no podría conocer sino le fuesen revelados.
En la medida en que a través de los mitos se narra lo que los dioses hicieron al principio de los tiempos, se convierten en verdades absolutas, en designios sagrados a los que el hombre deberá respetar y estar siempre sujeto.
De esta manera, el mito cumple la función primordial de fijar los modelos ejemplares que regirán el comportamiento de los hombres y que se institucionalizarán a través de los ritos propios de todas las actividades humanas significativas como la alimentación, la sexualidad, la educación, el trabajo, etc. El rito es pues la repetición simbólica del acto primigenio de los dioses.
El pensamiento mítico transforma la realidad aparente en una realidad “encantada” en la que todas las cosas y todos los fenómenos tienen origen y explicación en los actos divinos, es por esto que tienen la virtud de transubstanciar, transmutar lo material en divino, pues la apariencia física de las cosas no es más que un disfraz, detrás de lo cual se esconde la verdadera sustancia.
En este sentido, los muñecos, las estatuas y demás objetos y figuras, adquieren la categoría de ídolos “que no representan o sustituyen a la divinidad, el hombre o el símbolo, sino que son el ser mismo, la propia divinidad, el hombre en persona, la real encarnación del símbolo”.
De esta manera se convierten en objetos animados, es decir, poseedores de un alma inherente a su naturaleza, pero que se manifestará y hará explícita en los diferentes ritos.
El ídolo, ese “gran títere” ligado permanentemente al mito y al rito, se hace presente entonces en todas las culturas. En Egipto, por ejemplo, aparece unido a las representaciones de la resurrección de Osiris, mientras que en Grecia, juega un rol muy importante en las ceremonias dionisíacas; en algunas civilizaciones se hace evidente su rol intermediador entre los dioses y los hombres, como en Java, donde el dalang no es solamente el manipulador de los wayan-kulit, sino que es el intermediario entre los espíritus y la asistencia que estos le prestarán a los humanos, su rol es el sacerdote, y el títere su objeto sagrado; en Japón se dice que el origen de los muñecos es la rama de un árbol pues los títeres surgieron de la rama de la cual se valían los sacerdotes Shiinto para hacer venir la divinidad, esta rama se convertía en el soporte material que permitía al espíritu encarnarse dentro de los humanos.
Las menciones anteriores dejan entrever un hecho común a todas ellas y es que ante cualquier misterio de la naturaleza, hay que crear una figura que la represente: nace así el primer muñeco, el primer ídolo y toda la escenificación primitiva constituye la base del teatro de muñecos. Se puede afirmar entonces que en general el arte de los muñecos ha crecido a la sombra de la religión.
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