A lo largo de este año publicaremos la muy completa investigación sobre los títeres en Colombia realizada por Consuelo Méndez y César Álvarez.
ÍDOLOS TUNJOS, MUÑECOS, MÁSCARAS Y BASTONES EN COLOMBIA
El territorio colombiano, ubicado justo en medio de las grandes culturas prehispánicas, fue escenario del desenvolvimiento de pueblos muy diversos que aunque no alcanzaron los mismo avances científicos y tecnológicos de Incas, Mayas y Aztecas, sí lograron destacados niveles de desarrollo de orfebrería, cerámica y estatuaria.
La diversidad, que aún hoy es una de nuestras mayores riquezas, fue posible gracias a la heterogeneidad de nuestro territorio; valles, montañas, llanuras y costas, dieron lugar a formas diferentes de vida, a múltiples maneras de apropiación del medio ambiente y marcaron también la diferencia en las técnicas, materiales y estilos de lo que podríamos llamar hoy la producción artística de todas nuestras culturas.
Pero si hay algo que las une es la enorme riqueza de su universo mítico religioso del que hoy, siglos después, dan testimonio las grandes esculturas monolíticas o las diminutas y preciosas piezas de oro que nos hablan de sus muertos, sus dioses, sus ofrendas y rituales.
Taironas, Sinúes, Quimbayas, Calimas, Tolimas, Tumacos, Muiscas, así como las culturas que habitaron en Nariño, San Agustín y Tierradentro, nos han legado un universo mágico poblado de las bellas y curiosas figuras en las que los animales se confunden con los hombres, las aves con los peces, la imaginación con la realidad, lo humano con lo divino.
En algunas de esas ricas y diversas piezas a las que nos referiremos, pues su complejidad nos da la certeza, que fueron usadas como ofrenda o vehículo de los dioses o, fueron los dioses mismos objetividad en el oro, la arcilla o la piedra. Tunjos, muñecos, bastones y máscaras, son pues objetos dotados de un alma, figuras animadas se constituyen en Colombia en las manifestaciones más próximas de los títeres hispánicos.
1. ÍDOLOS Y TUNJOS EN LOS MUISCAS
Al decir de los cronistas españoles, los Muiscas eran idólatras. Tenían infinidad de dioses, pues además de los que se adoraban colectivamente como el Sol Sue y la Luna Chía, cada uno podía crear sus propias deidades para que lo protegiese y ayudase en cada una de sus actividades.
Bochica dios de los caciques y capitanes; Chibchacum, de mercaderes y labradores, Cuchabiba, patrón de las mujeres de parto que personificaba el arco iris, Bachue, Nencatacoa y otras deidades habitaban el cielo de los Chibchas y a cada uno de ellos se adoraba en sitios diferentes y se les obsequiaba con múltiples ofrendas.
En cada uno de los "pueblos" tenían los indios templos adoratorios en los que se rendían homenajes a sus dioses, excepto al Sol, al que adoraban al aire libre pues tanta majestad no podía encerrarse en ningún muro. Los templos eran por lo general "bohíos muy ordinarios, tenían el suelo cubierto de espartillo blando y estaban llenos de barbacoas y apoyos a la redonda donde ponían varias figuras grandes y pequeñas hechas de oro, cobre, madera, arcilla, hilo de algodón y cera, que representaban sus falsos dioses. Estas figuras comúnmente mal hechas, eran siempre colocadas por parejas, varón y hembra y les ponían cabelleras, colas a algunas de ellas y las envolvían en mantas".
Además de los grandes dioses adorados en los templos, poseían los indígenas en sus casas numerosos dioses, lares, los cuales habitaban en pequeñas figuritas y estaban destinados a atender las más diversas necesidades. "Estos ídolos eran todos pequeños, cuando más medían una cuarta; los hacían de oro y si el indio era muy pobre los tenía de barro o madera, con un hueco en el vientre dentro del cual ponía oro y esmeraldas. Los guardaba con tanta devoción que los llevaba consigo a todas partes en una esportilla colgada del brazo. (...) Era usual también, que quien recibiese la investidura de jeque, heredará los ídolos de sus padres y sus abuelos"
Los ídolos eran sus intermediarios ante los dioses y a través de ellos solicitaban sus favores a cambio de los cuales ofrecían diversas figuras que eran representaciones esquematizadas de personas, animales y/o cosas, fundidas en oro, tumbaga o cobre, que tradicionalmente se conocen con el nombre de Tunjos, vocablo derivado de la palabra chunso, que significaba ídolo o figurilla de oro u otros materiales elaborados por los chibchas.
Vicente Restrepo en su libro "Los Chibchas antes de la conquista Española" afirma que existe una clara relación entre la persona que realizaba la ofrenda y el tipo de objetos que obsequiaba, así por ejemplo un guerrero ofrecía de preferencia un hombre armado de una tiradera, mientras que una mujer ofrecía la figura de su sexo o si era madre una figura con un niño en los brazos. Cierto o no lo que sí es evidente es la diversidad de temas, formas y figuras que adquieren los tunjos: "Se encuentra alguno que representa un guerrero con una tiradera armada a punto de disparar el dardo y una jaula; otro con una vara en la mano derecha en cuyo extremo superior están atadas dos aves que se miran; otros, que llevan objetos diferentes en cada mano, y hasta algunos que "llevan en sus manos colocadas en frente a su rostro una máscara pequeña, lisa escuetiforme, de boca y ojos prominentes y nariz triangular".
Las ofrendas de Tunjos y demás ofrendas zoomorfas se hacían a los dioses a través del jeque, nombre que los españoles dieron a los sacerdotes muiscas, originalmente llamados Chycuy. Es justamente en la ceremonia de ofrecimiento oficiada por el sacerdote, en la que podemos apreciar un acto de manipulación de los objetos muy semejante al que se realiza en la actual representación del teatro de muñecos, ya que el oficiante eleva la figura y a través de ella comunica a sus dioses la necesidad que tiene quien la ofrece. Vicente Restrepo describe de manera muy completa este tipo de ceremonia: "Cuando un hombre o una mujer tenía una necesidad, acudía a consultarla con el jeque, a quien sólo en tales casos era permitido mirar y hablar a las personas de distinto sexo. El jeque mascaba tabaco en su bohío pretendiendo que consultaba al Demonio, y luego indicaba el números de días que debía ayunarse. El ayuno era muy severo y no se podía interrumpir aún cuando hubiese peligro de morir en él. Obligaba a la castidad, a la abstinencia de carne, de pescado, sal y ají, condimento preferido de ellos, y a privarse de lavarse el cuerpo, cuidado que tenía muy frecuentemente. Concluidos los días de ayuno, que llamaban saga, entregaban al jeque la ofrenda. Éste que también se había preparado con ayunos, se desnudaba aquella noche a veinte pasos del santuario y escuchaba primero si se oía algún ruido: muy quedo se acercaba a él y poniéndose al frente levantaba en ambas manos la figurilla de oro o de otra materia que llevaba envuelta en algodón, decía en pocas palabras cuál era la necesidad del que la ofrecía y pedía el remedio para ella. Finalmente, postrándose, la arrojaba al agua, la metía en una cueva o la enterraba, según fuese el santuario y se volvía dando pasos atrás al lugar donde había dejado el vestido. A la mañana siguiente daba cuenta de la respuesta del Demonio al que le había presentado la ofrenda expresándose con palabras equívocas, y el indio se retiraba satisfecho retribuyendo antes su trabajo con dos mantas y algún oro. Volvía a su casa, se mudaba el vestido que se había puesto para el ayuno por otro nuevo y galano, y convidaba a sus parientes y amigos a quienes festejaba durante algunos días. Bailábase, cantábanse villancicos apropiados a la circunstancia, y, sobre todo, se bebía gran cantidad de chicha".
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