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Javier Villafañe, el maese trotamundos

“El titiritero es un vagabundo. Ser titiritero fue mi salvación. Primero porque es el oficio que

amo y después porque el titiritero que se queda quieto en un lugar se aburre. El titiritero no

tiene otra cosa que su maleta y su teatro.”

Javier Villafañe


Javier nace en Buenos Aires el 24 de junio de 1904. Su andadura por el mundo lo identifica

no solo como titiritero, sino también como poeta y narrador. Siendo niño las lecturas de

su madre inspiraron sus juegos dramáticos. Una silla y una sábana se convertían en su

improvisado teatrino y unas medias que calzaba en sus manos eran sus fantasiosos títeres.

Estos pasatiempos lúdicos igual los hacía con sus hermanos.


A los 17 años con su pandilla de amigos poetas en el barrio la Boca, se deslumbra con la

presencia mágica de los titiriteros emigrantes. Allí existía un teatro estable con muñecos

de origen Siciliano, los famosos y populares Pupi, marionetas guerreras de los cantares del

gran Orlando, seres de extraordinarias y mortales batallas, y de figuras de madera de gran

peso y tamaño. Aquel encuentro fue definitivo para su futuro destino como titiritero.


El títere en Argentina se nutre de la influencia magnética de García Lorca en su inolvidable

gira Bonarense. Atraído por el duende del poeta andaluz, Villafañe lo conoce cuando

presenta “Bodas de sangre”. Lorca le comenta de la carencia de buenos textos para

títeres.


El amor poético por los títeres quedo así más que confirmado. Un día por una ventana ve

pasar una vieja carreta en la que en la parte de atrás un chico va recostado mirando las

nubes. Y con otro amigo poeta, sueñan con la aventura de poder viajar sin rumbo fijo, tan

solo dejándose llevar por la azarosa guía del caballo. Así nace “La Andariega”, la carreta

fantástica que se convierte en casa, biblioteca, oficina y escenario de sus sueños

trashumantes.


Su primera obra fue para adultos, basados en textos de Valle Inclán e influidos por el

Fausto de Goethe, crean para niños “Juancito y María”. Los dos poetas titiriteros, en su

libre deambular de pueblo en pueblo, vivían de la gorra y de la generosidad de la gente.

Un día aciago, les robaron a su yegua “Guincha”, pero a cambio le regalaron a “Miseria,”

para poder proseguir su camino, y en ese trasegar, les sucedieron otros equinos. Hasta

que de la carroza ensoñada de Villafañe, ya con otro amigo de aventuras, pasaron a una pequeña barca que viajo por el rio de la Plata de puerto en puerto. Villafañe, con su

ingenio poético y su loco andar titiritero, fue forjando en el país gaucho su maravillosa

leyenda.



Su libro “Don Juan el Zorro” en tiempos de la dictadura es censurado y puesto fuera de

circulación. Javier abandona el país para exilarse en Venezuela donde trabaja para la

Universidad de los Andes, fundando un taller de títeres para formar artistas en esa

disciplina.


En 1978 con el auspicio de Venezuela y la compañía del alucinado titiritero madrileño

Francisco Porras, repitió su experiencia de trotamundos por España, recorriendo el

legendario camino de Don Quijote a través de la Mancha.


Retornó a la Argentina en 1984. Fue un autor grato y prolífico con obras como: “Los

sueños del sapo”, “Circulen caballeros, circulen”, “Cuentos y títeres”, “El caballo celoso”,

“El hombre que quería adivinarle la edad al diablo” “El pícaro burlado “El gallo pinto” o

“Maese trotamundos por el camino de Don Quijote.”


Su singular ejemplo de pionero, su ensoñadora y vital presencia ludícola y vinícola, fueron

definitivas para forjar un oficio tan especial y marginal. Sus obras inspiraron a cientos de

titiriteros en américa Latina.


A los 86 años vividos intensamente como niño grande, libre y travieso, fallece en su

Buenos Aires querida, un 1° de abril de 1996. Su vida le fue por completo fiel a lo que de él

dijese alguna vez Eduardo Galeano: “El titiritero es un oficio de hombres libres, no conoce

fronteras.”


Iván Darío Álvarez Escobar

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