“Una condición para ser titiritero es seguir siendo niño siempre”
Gastón Aramayo.
Kusi Kusi en lengua Quechua significa: “Alegría alegría” y es el nombre sonoro y poético
del grupo de títeres del Perú, fundado en 1963 por los esposos y cómplices, Victoria
Morales oriunda de Arequipa y Gastón Aramayo de Potosí, Bolivia. Esta fabulosa pandilla
de titiriteros y muñecos se llamó así, no solo en honor a su tradición incaica, sino además
“Porque sin alegría no hay teatro de títeres”. Decir títere y alegría, es hablar de hermanos
siameses.
El travieso Cupido y El duende creador de los títeres, quiso un día que los futuros esposos
Aramayo, se conocieran en “La Cabañita” el lugar estrella que muchos años después se
convirtiera en su sede, y en la sala de partos de cientos y cientos seres fantásticos de su
imaginario, y docenas y docenas de obras de su original repertorio.
En aquel entonces de los años 60, Vicky era una ajuiciada docente de secundaria cuando
gracias a los azares misteriosos de la vida, se encontró con Gastón, quien venía de gira
desde Bolivia, con un grupo de compañeros de teatro. Al terminar este su recorrido,
regresa a Lima a perpetuar las mieles del amor que lo ha flechado y a procrear y dar vida
a Kusi Kusi, la que sería sin duda una de las varias y contadas, agrupaciones históricas y
emblemáticas del teatro de muñecos de América Latina.
Una vez consumado el matrimonio y el patrimonio lúdico de su primera familia de títeres.
Nace Kusi Kusi como signo de identidad titiritesca y como niño indígena peruano
convertido en personaje de guiñol, pronto a recorrer los caminos de Chile y luego a alegrar
y fecundar la imaginación de los niños peruanos con su cantarín y risueño nombre.
Los esposos Aramayo son fervientes defensores de que el títere es una sana alternativa en
la educación de la imaginación ética y la comunicación recreativa, directa y festiva. Por ese
motivo, recorrieron durante 3 años hasta el último rincón del Perú, al trabajar sin
descanso para un diverso público campesino de la mano de “la oficina de promoción y
difusión de la reforma agraria”, bajo el impulso de la dictablanda progresista del general
Juan Velasco Alvarado. Su Misión pedagógica y recreativa en esa especial coyuntura social
y política, fue mostrar en las zonas rurales la importancia del trabajo cooperativo, en pro
de la producción y socialización de la tierra.
Años más tarde, luego de una temporada vivencial en Corea y de vuelta al Perú, logran
que les sea permitido gracias a la Alcaldía, instalar su sede estable en La cabañita” el inolvidable punto inicial de encuentro afectivo. La cálida Cabañita de madera está
localizada en el parque exposición de la ciudad de Lima, donde se instituye como una sala
especializada en el teatro de títeres con una programación de carácter familiar de forma
permanente. Allí se mantuvo durante 27 años como formadores de públicos y en sus
mejores momentos, llegó a contar hasta con 7 titiriteros, albergando un estupendo
inquilinato de muñecos y cosechando un delicioso repertorio que se proyectó nacional e
internacionalmente en diversos festivales.
Sin embargo, a pesar de haber resistido las pruebas del tiempo, el espacio de “La
Cabañita”, sufrió con los avatares, el descuido y la sordera cultural, de todos los gobiernos
de turno. El abandono económico y social se fue apoderando del lugar, hasta dejarlos sin
la más mínima ayuda del Estado hasta irremediablemente ser demolido.
Por fortuna, después del impacto de su desplazamiento, una nueva Alcaldía los volvió a
reacomodar en el sótano de otro espacio del parque que ellos auto gestionaron, logrando
un apoyo muy significativo del embajador de Finlandia.
En otro momento crítico tuvieron que entablar una demanda, cuando un canal comercial
de TV quiso usurpar su nombre amenazando la identidad construida con tanto esfuerzo.
Por su grupo han pasado más de 40 personas y espectadores de tres generaciones que
han disfrutado una colorida y variopinta de sus puestas en escena infantiles como: “La
gallinita trabajadora,” “Un juez para Caperucita,” “Alas al viento,” “La leyenda de la
caracola,” “Historia de una estrellita,” y para adultos “El sueño del Pongo,” del
monumental escritor peruano José María Arguedas. Todas en su mayoría escritas,
adaptadas o dirigidas por Vicky, dado que en esta singular pareja creativa, Gastón con
devoto orgullo actoral, sabe que allí se manda lo que él obedece, en aras de una armonía
no autoritaria y del amor que los une a los niños y sus tiernos muñecos. Ambos fueron
autodidactas y muy recursivos en sus exploraciones técnicas y visuales, con dramaturgias
de texto o de pura imagen.
Hoy en día, luego de permanecer activos 17 años más en su última sede, y sumar 57 años
de resistencia, su espacio vuelve a sentir la precariedad del abandono estatal y el
patrimonio de sus títeres se encuentra al borde del limbo y la deriva. Para colmo de males,
Vicky perdió la vista y al accidentarse en una caída no pudo volver a caminar. Ante las
nieves del tiempo sobre sus ancianos cuerpos y la salud resquebrajada de su amada
consorte de vida y sueños, Gastón ha decidido cuidarla y acompañarla, dejando caer el
telón, suspendiendo así sus actividades a las que les entregaron más de media vida.
Entre tanto ellos esperan como cargando el cartucho de su postrer ilusión, que sus
muñecos sean adoptados por la universidad José María Arguedas, con la feliz idea de que constituyan un museo de los títeres, que a futuro sobreviva en honor a la memoria de sus
creadores. Y como hermoso testimonio que reza que “la magia del teatro es infinita. Su
personalidad intransferible. El teatro de títeres apareció y desaparecerá con el hombre”.
Iván Darío Álvarez
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