Iván Darío Álvarez
Hablar de educación presupone pensar en un modelo adulto, al cual apunta la sociedad, en sus modos de instruir y preparar al niño, en función de un hipotético futuro.
Desde la antigüedad, toda la sociedad adulta ha tenido que afrontar ese enorme reto. Hoy vivimos en un mundo globalizado que tiende a masificar al individuo y a borrar las diferencias tanto culturales como personales.
El hombre frívolo, mediocre, consumista y depredador, parece extenderse con su comportamiento robotizado alrededor de todo el planeta. Las grandes utopías sociales parecieran haber abandonado el escenario, con sus promesas mesiánicas de una humanidad mejor, al ser devoradas por un capitalismo excluyente y salvaje, el cual nos empuja compulsivamente a la competencia y a la guerra de uno contra todos.
Es en ese contexto desesperanzador y apocalíptico, donde educadores no tradicionales, titiriteros o artistas no faranduleros, seguimos apostándole a la imaginación.
Imaginamos como Jhon Lennon o creemos en el niño como Jean Piaget. En ese sentido resistimos a las corrientes tanáticas y autodestructoras, que tratan de pervertir la vitalidad y la suerte del planeta. Evidentemente comprobamos que el mundo está feo, pero aun así, sentimos que la vida sigue siendo bella, simplemente porque es un inexplicable azar y por lo tanto un milagro.
Es importante saber, en estos momentos de profunda crisis, que la imaginación no se rinde, porque imaginar es tan saludable como pensar.
En ese otro mundo donde se reivindican las imágenes fantásticas, yo en mi sueño creador y utópico, me veo frente a otros sagrados cómplices, tratando de preservar en esa ecología de la imaginación, a los Nomos, a las Alicias, a los Pinochos, a los Baxtian, a las Matildes
o a los Peter Pan, a quienes quisiera contemplar multiplicados en esas mentes plácidas, que son como un paisaje, de esos profesionales de la ilusión que son y seguirán siendo los niños. Por ello, frente a una sociedad y una educación uniformadora, el arte es una alternativa seria, que construye espacios para la sensibilidad y la originalidad creadora, representada en potencia en cada niño.
Esta de por si no es una tarea fácil. Ponerse del lado de los niños es una de las grandes dificultades de una educación no autoritaria y de un arte no estrechamente moralista. De alguna manera, para comunicarnos y poder construir un puente entre los adultos y los
niños, nosotros los creadores, al igual que padres y maestros, debemos hacer una lectura comprensiva del mundo de la infancia y sus necesidades.
De igual forma, no podemos a nombre de una pureza Roussonniana, sustraernos olímpicamente a tener una influencia sobre los infantes por miedo a contaminarlos. Sin embargo, el problema fundamental es, el como lo hacemos, favoreciendo valores propios de una ética de la convivencia, sustentados sobre la justicia y la libertad.
Desde antaño, siguen imperando pilares estáticos e inamovibles, sosteniendo la arquitectura de una educación jerárquica, la cual establece, que los niños deben seguir a ultranza las normas preestablecidas que dicta el mundo adulto, prefiguradas no por
criterios que nacen de la reflexión, sino por los valores absolutos a los que obliga la tradición cuya máxima virtud es la obediencia.
Por supuesto en ese esquema, el niño es un borrego y el adulto el ídolo sagrado situado en un altar. Ese modelo vertical de por si impide al niño ir forjando libremente su personalidad a través de criterios propios.
En contravía, más bien se le debe incitar a que constantemente haga un ejercicio individual de independencia y de libre examen, los cuales faciliten una mejor comprensión de todas sus vivencias o de las normas comunitarias, que necesariamente se viven en cada grupo o
cultura.
Eso mismo es lo que ocurre en los procesos libres y creativos, en los que emergen las expresiones individuales, las cuales van en la dirección contraria de una educación totalitaria que anula la diversidad.
En esa forma de enseñar, todos siguen en un modelo único; y la consecuencia fatal es que el niño se acostumbra a esas maneras de mal vivir y las asume no solo como naturales sino que cuando se encuentra en posibles ambientes más relajados, libres del peso nefasto de la autoridad, en los que verdaderamente puede ser él, lo común es que se sienta agresivo o totalmente perdido.
Desgraciadamente, el sistema educativo en general, sigue enfocado hacia un aprendizaje acumulativo, cifrado en la obtención de conocimientos, sustancialmente teóricos y dictados a través de áreas fragmentadas, que pocas veces se relacionan entre si. Este tipo de
instrucción olvida otras cosas importantes como las habilidades manuales o como las vivencias emocionales, que los niños también necesitan para poder acoplarse sanamente al mundo que los rodea.
En ese sentido, el arte genuinamente infantil, que muchas veces no encuentra su espacio en este tipo de educación, favorece de manera vigorosa y saludable, el equilibrio entre el intelecto, las manos y las emociones. Para el niño este su arte refugio, es ese amigo secreto o imaginario, al que se pueden dirigir para expresarse cómodamente y sin inhibiciones.
Complementariamente y de forma altamente favorable, en el arte de los títeres, se mezclan la libre expresión plástica y la libre expresión dramática.
La primera, vuelve a los niños muy sensibles, en cuanto al manejo y la comprensión de los materiales.
En la segunda se juega a ser otro a través de los muñecos y de paso se aprende a tener un comportamiento personal en las dinámicas de convivencia, que desarrollan esas creaciones colectivas. Lo importante, tanto en la libre expresión plástica como en la dramática, es que al niño se le permite expresarse de acuerdo con sus deseos y sus intereses más sentidos.
El hecho de que el niño logre involucrar en una acción creativa, parte de sus sentimientos y sus pensamientos, hace que todo ello tenga un efecto unificador de su personalidad. Y en cada intento creativo, él va aprendiendo mediante el ensayo y el error, que se renuevan y se
corrigen permanentemente. Es así, como el niño de manera progresiva, va incorporando los resultados anteriores para enriquecer su experiencia. En ellos crece su caudal imaginativo a medida que lo genera.
En la educación piramidal, el adulto no exento de buenas intenciones, cuando intenta favorecer una supuesta sensibilidad artística de los niños, generalmente piensa que esta se desarrolla mediante una interferencia directiva, en la manera de conducir y realizar la
experiencia, partiendo del modelo teatral adulto, donde comúnmente existe un escenario preconcebido y una separación tajante entre el público y los actores.
Es así como lo que muchas veces se consigue es inhibir la expresión auténtica que nace del arte espontáneo de los niños. Esto mismo sucede cuando se trata de crear personajes y el maestro llega a pensar que lo mejor es proporcionarles modelos a imitar y cuando el niño desconcertado, o desconcentrado por la presencia del público, no los imite como el maestro los enseñó, es porque actuaron mal. Con ello lo que realmente se está logrando es que el niño no aprenda a crear mediante sus propios medios, en los que él sí imagina
y vive sus personajes.
Creo que lo mejor para favorecer la libre expresión dramática, es fortalecer sutilmente la confianza en si mismo. Este seria el mayor aporte que podemos hacer a la expresión libre y creadora de los niños.
De igual manera es contraproducente ayudarles a elaborar los muñecos, porque enseguida los torna dependientes del maestro.
Consiguiendo con esos añadidos extraños y adultos que no corresponden al trazo natural o a la estética infantil, que el niño termine diciendo: “Profe, hágalo usted, que yo no puedo hacerlo” .
Ayudar al niño de verdad, significa hacerlo más sensible a su propia experiencia. Es motivarlo para que espante sus miedos comunicativos y por el contrario, se llene de confianza en su plena libertad creadora.
El taller de construcción es como una isla emancipadora, donde el niño puede vivir a su gusto, rodeado por materiales y pinturas multicolores, que al entrar en contacto con sus sentidos ensanchan con vivo placer su universo creador. Y donde allí, lo extraordinario, lo
raro o lo extravagante, están autorizados para cobrar vida.
No importa si las proporciones que utilizan en sus dibujos o modelos de muñecos, les parezcan desproporcionados a algunos adultos, ya que quizás el error puede estar en pensar, en que lo que está bien para los adultos, lo es también para los niños.
Lo cierto es que los niños suelen elaborar los personajes según la importancia que tienen en relación a ellos. El niño al contrario del adulto no anda controlando concientemente su imaginación.
No sobra pues subrayar, que transmitir cierta sensibilidad artística a los niños no depende tanto de abundantes técnicas, o sofisticados conocimientos profesionales, sino más bien, de una comprensión síquica de sus necesidades interiores y emocionales.
La expresión artística infantil no debe estar subordinada a producir futuros artistas. Su finalidad tiene que ir más allá de lo que nosotros como adultos clasificamos como bello o feo. Lo fundamental es que el arte como experiencia le ayude al niño a crecer, esto es, a
comprender mejor su vida interior.
La idea del juego dramático simbólico, no es tanto obtener como resultado una perfecta obra acabada, sino que el niño logre encontrar un canal diferente donde pueda sin cortapisas expresarse a sí mismo.
Por ello es más interesante que el producto final sean los mismos procesos y el goce que se experimenta de manera sin igual, en cada nueva aventura imaginaria. El lenguaje de las imágenes y los símbolos de alguna forma primitiva, le es innato al niño. Gracias al animismo, el títere se instala fácilmente en su mundo privado, sin estar mediado por la razón. Su imaginación es la manera que tiene de integrar los mundos opuestos de la realidad
y la fantasía.
El títere como objeto irreal, como juguete luminoso, es un puente invisible, una metáfora radiante de luz, que comunica al niño consigo mismo o con el adulto; y le invita al hacerlo, a articular las imágenes plásticas de sus figuras, con las palabras mágicas que nacen de la voz
de sus personajes.
Es así como las historias del teatro de muñecos pueden sin deliberadamente proponérselo, llegar a informarle de cómo se vive esta vida de los humanos. Porque el teatro de títeres que establece una clara conexión con los infantes, se centra ante todo en sus necesidades. Y el niño que juega como un director con sus pequeños actores, de esta forma está expresando muchas cosas que seguramente solo así, podrá decir. Es muy posible que después de esta vivencia se sienta liberado de una pesada carga emotiva.
Quizás pueda ser reductiva una concepción puramente utilitarista del teatro de títeres en la educación, si lo que pretendemos como maestros es que el espectáculo se adapte a los fines exclusivos de la instrucción, dado que en este tipo de teatro espontáneo no podemos
decir rotundamente que tenga un propósito predeterminado, en cuanto a lo que se refiere a impartir conocimientos como en la escuela, o a impartir valores para la formación moral del niño, como en la familia.
Obviamente lo que nosotros como titiriteros hacemos es un teatro de adultos profesional, dirigido a los niños. Por lo tanto, digamos lo que digamos o no en las obras, nos cabe una inmensa responsabilidad social y cultural, porque de todas maneras estamos ejerciendo un
poder de seducción, que compromete necesariamente el alma del niño.
El títere en malas manos también puede ser un arma peligrosa y puede ser fácil pasto de las creencias autoritarias. Y el niño en ese sentido, sigue siendo como una hoja blanca sencillamente dispuesta a lo que nosotros queramos escribir en ella.
Para nosotros los inspirados por un enorme respeto al niño, lo importante es como él vive su experiencia directa con los muñecos, como construye en esa posible relación horizontal, su potencial imaginario y como con ello agiganta su crecimiento personal, mediante
ese ensayo de vida altamente creador.
Cuando las alas del niño no han sido mutiladas, los ojos fértiles de la imaginación, con sus cascos de viento, cabalgan indomables por las angostas espaldas de la realidad, hasta perderse definitivamente en los confines laberínticos del otro lado del espejo, donde la libertad que siempre fue un poema, no puede ser más que una hermosa aventura.
Octubre 08 de 2003
Festival Internacional de Títeres Manuelucho.