Este 31 de octubre vuelve al escenario "Gárgola y Quimera", una obra en la que se exploran las dimensiones de lo monstruoso y los opuestos. Se narra la historia de una familia de monstruos: dos niñas curiosas, su madre, y su padre, que ha sido víctima de una misteriosa desaparición.
“Gárgola y Quimera” es un proyecto dramatúrgico pensado para el teatro de muñecos.
Está dirigido a niños de seis años en adelante. Su punto de partida son universos
antípodas que se construyen teniendo como idea base, lo monstruoso y lo siniestro. En
resumen, a través del monstruo como personaje metafórico, se intenta abordar “el miedo
al otro”. El otro como monstruo.
En primera instancia se desarrolla una fábula ontológica que arranca en un espacio
imaginario, una especie de inframundo que sirve de hábitat a una familia de monstruos.
Esta familia sui generis estará conformada por la madre, el padre y dos niñas llamadas:
“Gárgola y Quimera.” Las niñas monstruo oscilan entre los siete y los ocho años. Las niñas
y su madre se encuentran en una situación de nostalgia y desolación, generadas por la
desaparición y la ausencia de su padre. Las razones por las que el padre ha desaparecido
son un misterio.
La madre ante la curiosidad de las niñas monstruo se muestra evasiva, pero deja entrever
que el espacio desconocido de la superficie de la tierra, la atracción del mundo de arriba,
pudo haber sido el motivo que provocó tan extraña e inesperada ausencia. La familia sabe
que para su legendaria especie, pesa una antigua prohibición de los monstruos sagrados,
que reza que los monstruos no deben buscar bajo ningún pretexto, la forma de llegar a
ese otro mundo de la superficie, que en su imaginario y su tradición subterránea es un
enigma muy temido.
Las niñas solas al encontrarse sin la vigilancia de su madre, se ven tentadas a desafiar la
prohibición de los monstruos ancestrales adultos. El recuerdo de su despistado y cariñoso
padre, sumado a la tristeza de su madre sobreprotectora, las impulsa a explorar el mundo
prohibido.
Una vez encontrado el camino hacia arriba, las niñas emergen por una alcantarilla a un
paraje urbano. Las monstruas son muy pequeñitas y temerosas de la luz nocturna de la
ciudad, se ven asediadas por un enorme perro negro de dos cabezas llamado Cancer
–perro, que las quiere cazar como a ratones. Una vez a salvo y aterrorizadas, se quieren
devolver de inmediato a su inframundo, pero se encuentran cara a cara con dos gemelos
humanos, Nico y Teo, quienes están jugando con armas de juguete a bandidos y policías.
Los niños y las niñas, al verse mutuamente cada uno por su lado, huyen espantados.
Los niños gemelos se esconden muertos del susto. Ellos se imaginan que las monstruas
aunque diminutas son peligrosas, dando por sentado, que han venido a devorárselos con
sus desproporcionadas bocas dentadas y temen por su vida.
Las niñas sufren a su vez un desmesurado pánico al ver a dos gigantescas criaturas de
pieles blancas y lisas, temidas e indescifrables. Cada uno desde su imaginario y su miedo al
otro, da rienda suelta a sus prejuicios y temores.
Las niñas poseídas por el terror se van a escapar, pero los niños superan su miedo y
aprovechándose de la ventaja que les da el tamaño, deciden enfrentar a las niñas
monstruas y las atrapan en una jaula que les regaló su padre, un temido asaltante de
bancos. Las niñas lloran horrorizadas, mientras los niños las observan encantados y
envalentonados por su hazaña. Nico, el más astuto de los gemelos, se da cuenta que
tienen en sus manos un valioso tesoro, que seguro les puede servir para poder seguir
adelante con sus siniestros juegos y travesuras.
Esta situación inicial que opera como detonador, es el pretexto para desatar un conflicto
profundo, que busca provocar una reflexión acerca de lo monstruoso en el ser humano,
por supuesto ello implica no desarrollarlo desde una óptica moralizante. La pretensión y el
desafío más bien apuntan a propiciar un lenguaje poético y titiritesco, que se nutra de la
ironía dramática y que más bien se vale de los personajes infantiles, tanto monstruos
como humanos, para crear paradojas de la conducta, que van más allá del aspecto
“temible” de las criaturas monstruosas o una presunta “inocencia del ser niño”.
Iván Darío Álvarez
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