Texto escrito en 2014 por Consuelo Méndez, para la celebración de los 100 años de Manuelucho
En 1983 se tomó la iniciativa de organizar en Manizales, el Primer Festival Internacional de Títeres. Dentro de los eventos organizados con motivo del Festival, los titiriteros colombianos y extranjeros así como el público en general, tuvieron oportunidad de apreciar por primera vez una hermosa exposición que recogía 94 muñecos, 14 marionetas, algunos teatrinos, telones y avisos de prensa de don Sergio Londoño Orozco, "un titiritero popular -como decía Ernesto Aronna- emanado de allí, del dicho y la costumbre, del fríjol y el maíz, del carriel y de la arepa". Fue entonces cuando apareció oficialmente la historia de Manuelucho Sepúlveda, el primer títere colombiano del siglo XIX.
La exposición fue posible gracias a la colaboración del menor de los dieciséis hijos de don Sergio Londoño, quien por haber acompañado a su padre en su trashumancia titiritera, pudo reconstruir diversas escenas y hacer públicos sus recuerdos, sus aventuras y aquellos trozos de historia que le había legado la tradición oral de casi todo el viejo Caldas.
Sergio Londoño: el titiritero
En 1880 nació en Abejorral (Antioquia) en el hogar de don Marcelino Londoño y Mariana Orozco, un niño llamado Sergio, que fue arrullado con rondas y romances cantadas por su madre en diferentes voces.
Sergio pasó su primera infancia pintando en casi todas las paredes, lo que ocasionaba las constantes reprimendas de su padre. Y como predestinado, le acompañaron siempre muñecos de barro que él mismo hacía para ponerlos a predicar; parlanchinas siluetas de papel o innumerables sombras que inventaba con las manos y proyectaba en los muros con ayuda de una vela. Dicen algunos que fue así como aprendió la ventriloquia, aunque otros piensan que eso nació con él.
Fue en esta oportunidad que conoció a Mr. Galé, un botánico gringo interesado en conocer los secretos indígenas de las hierbas. Con él se fue al Casanare donde además de aprender a ser "yerbatero" aprendió a ser aún más dicharachero; conoció las plantas del amor y la salud, aprendió a hacer los ungüentos para las lombrices, el dolor de muela, para la picadura de culebra y las que curan el reuma; fue allí también que aprendió a hacer la tinta para escribir y la tintura pare teñir las canas.
Quizás para especializarse aún más, el botánico gringo y el paisa yerbatero, partieron rumbo al Chocó, donde el primer no pudo salvarse de las flechas del amor. Sergio en cambio, que aunque enamorado era resbaladizo, decidió volver a sus montañas cafeteras, se instaló en Filandia (Quindío) en donde se casó con Teresa Vásquez, con quien más tarde armó trasteo para por fin radicar su nuevo hogar en Manizales.
Era tiempo de sentar cabeza. La vida le había enseñado ya bastante y además ya le había dado muchos hijos. Por eso y como buen paisa, no tuvo ningún reparo en instalar un toldo en la galería para vender zarzaparrilla y toda clase de mágicos ungüentos, los viernes, sábados y domingos.
Los otros días se dedicaba a pintar algunos frescos en los corredores de las casas, como era la usanza de la época. Más tarde se dedicó a pintar los carteles que anunciaban los espectáculos del teatro Escorial y Olimpia de Manizales. Quizás fue este azar de la vida el que hizo que encontrara nuevamente su destino.
En 1914 llegó a Manizales una compañía española de variedades con ochenta integrantes y gran cantidad de números entre los que estaban los títeres y las marionetas. A don Sergio le tocó pintar los carteles para la compañía. Un día mientras pintaba el de la tercera función entonó - como era su costumbre - canciones que se le iban viniendo a la mente con voces de los distintos personajes que conversaban, porque además le "jalaba" a la trova. Cuando terminó de cantar le aplaudieron. Él se asustó muchísimo pues no sabía que lo estuvieran escuchando y ahí estaba ni más ni menos que don Juan Casola, dueño de la compañía, que hasta el fin de la temporada no hizo más que tratar de convencerlo para que se fuera con ellos a recorrer el mundo. Sergio no quiso arrancar y dejar la familia. Pero en cambio aprendió a manejar los muñecos, a preparar guiones y a saber qué eran telones, personajes, actos, entre actos y pierrots. Cuando Juan Casola y su compañía dejaron la ciudad, regalaron a Sergio quince muñecos farsantes.
Un tiempo después, quizas porque el negocio no marchaba muy bien o más bien porque ningún dinero era suficiente para sostener a su esposa y sus primeros nueve hijos, don Sergio decidió combinar ingeniosamente los dos oficios que había aprendido con los extranjeros: entonces decidió sacar a Chepa, una de las marionetas herencia de Casola, a su toldo de la galería y haciendo uso de sus dotes de ventrílocuo, conversaba con ella sobre todos sus achaques y a través de ella, empezó a recetar sus innumerables ungüentos y sus variadas hierbas, entra las cuales se destacaba la zarzaparrilla por sus propiedades infinitas.
Chepa, que de infanta española pasó a ser hierbatera paisa, removió todos sus recuerdos del pasado y poco a poco aquellos muñecos de barro de la infancia, las múltiples voces de su madre, sus cualidades de pintor y de trovero, sus aventuras de la selva y las enseñanzas de Casola se mezclaron en un solo momento y don Sergio Londoño se volvió titiritero.
Manuelucho Sepúlveda: el títere:
Fue así como nació Manuelucho Sepúlveda, un inolvidable títere de guante que junto con su elenco de casi cien muñecos, no sólo recorrió a lomo de mula las agrestes montañas de la próspera zona cafetera de nuestro país, sino que muchas veces llenó los grandes escenarios manizalitas, se hizo presente en las fiestas patronales, y hasta realizó funciones para los seminaristas en el palacio del obispo de Manizales de aquella época.
Manuelucho Sepúlveda no parecía el doble de su creador, pues aunque a través de él don Sergio Londoño recreara todas sus experiencias y reconstruyera toda la cultura e idiosincracia paisa, en él se sintetizaba todo lo que NO era su titiritero.
Nacido en Remedios (Antioquia) y adoptado desde muy niño por Toribio y Matea, dos muñecos negros infinitamente buenos que lo criaron con sopa de maíz, Manuelucho Sepúlveda era bebedor, jugador, pendenciero, enamorado, charlatán y además de todo, liberal por convicción.
Diez obras recopiladas bajo el título de "Manuelucho Sepúlveda, la Mera Astilla Remediana", contaban la vida, aventuras, pasión y desgracias de este personaje.
Perseguido insaciablemente por el "Patas", Manuelucho recorría el mundo, enamorando muñecas y enredándose en las más inverosímiles historias. Además de Belcebú, solía perseguirle también sobre todo en sus guayabos, los espantos de la "Chupamuertos" y la "Gripa Chumacera", quienes nunca se atrevían a hacerle daño. Y es que... este personaje que parecía poseer todos los defectos, debió también hacer gala de grandes virtudes, para merecer incondicionalmente a pesar de todas esas triquiñuelas, los consejos y oraciones de los curas Asmita y Mafafo.
Tampoco las mujeres ponían en duda sus encantos, enamoradas perdidamente de él, vivieron siempre Cuncia, su novia oficial, una solterona contrabandista de aguardiente quien subsidiaba sus borracheras y toleraba sus locuras. Leonorcita, esposa de Juaniquillo, a quien Manuelucho mató en un trance de celos. Y María Natilla, la mejor amiga de su novia Cuncia.
Pero si las muñecas no escapaban de sus galanteos, tampoco los muñecos se libraban muy fácilmente de la muerte si Manuelucho llegaba a atacarlos con la descomunal fuerza de sus puños. Cuentan que a puño limpio mató a Juaniquillo, también al Tarugo López, guardia de la prisión, y el carguera Chupacharco.
Manuelucho encarnaba pues la vida y sus pasiones, la verdad y la mentira, las virtudes y los vicios. Era multifacético, perverso y ejemplificante, pero sobre todo, era el modo de ser del pueblo paisa encarnado en un muñeco.
Las funciones
Según decían los avisos publicitarios que las anunciaban, las funciones "estaban aprobadas por las autoridades civiles y eclesiásticas" pues a la vez de ser moralizantes proporcionaban solaz y sana diversión a un público de con ellas se identificaban. Era sin duda esta la intención de don Sergio, quien en la parte superior de su teatrino, vestido con telones que él mismo pintaba, había escrito: "Arte, Moralidad, y Recreo". Bajo este primer letrero don Sergio pintó un angelito entre triste y reflexivo, el cual pareciera estar pensando en el aviso que, grabado en una cinta, estaba escrito debajo de él y decía "la crítica es fácil, pero el arte no". Al respecto se cuenta que después de un pequeño incidente en el que dos decoradores de Anserma empezaron a adular el teatrino y los telones de la obra, al enterarse que era don Sergio quien los había elaborado, desconocieron su calidad, su precio y su valor. Muy indispuesto don Sergio procedió a elaborar el mencionado aviso, bastante conciso pero lo suficientemente rotundo, como conservar infinitamente su vigencia.
Carteles y volantes presidían el desfile de muñecos que anunciaban la función y en él aparecían incluso las marionetas de Casola que actuaban únicamente en algunos entreactos. La entrada se cobraba a cinco o diez centavos según la cara del vecindario y algunas veces por este mismo precio se encimaba la aguadepanela, o se podía participar con las tapas de cerveza en un juego de bingo con numerosos premios.
Las funciones consistían -como se dijo antes- en la narración de varios episodios de la vida de Manuelucho, quien interactuaba con muchos otros personajes. En los entreactos salía un pregonero que acompañado de una guitarra entonaba canciones que también don Sergio componía:
"Estuve en la cocina de tu alma
Me senté de tu cariño en el fogón
Vi la olla del cuchuco de tu calma
Y en ella de tu amor el cucharón.
La olla de tus castos pensamientos
Las sartenes en que fríes mi pasión
La cazuela de tus fríos sentimientos
Y el viejo molinillo de tu amor.
El tiesto en que calientas tu existencia
El limpión con que enjuagas mis pesares
El sucio tenedor de mis cantares
Y el carbón con que prendes mi pasión.
Contemplé las olletas de tu vida,
La paila de tu cándida alegría
La manteca de tu vergüenza en una viga y
Debajo de un colador tu corazón."
Treinta años de canciones, historias y aventuas terminaron en 1944 cuando don Sergio murió y con él también su personaje, un títere criollo que sin saberlo resultó emparentado con sus homólogos europeos, Kasper, Punch, y Guiñol, quienes al igual que Manuelucho, eran personajes divertidos, irónicos, y satíricos, a través de los cuales se había manifestado una cultura y se ponía en escena el subconsciente colectivo de los pueblos.
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